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El gran amor de Galdós: Novela
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El gran amor de Galdós: Novela
Livre électronique110 pages1 heure

El gran amor de Galdós: Novela

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À propos de ce livre électronique

Benito Pérez Galdós fue un hombre con muchos amores que, sin embargo, renunció siempre a la convivencia marital y al compromiso. Se encerró a escribir como un galeote y creó personajes en los que fue dejando rastros de su propia biografía. En sus memorias insiste en que no hay nada reseñable antes de 1864, pero quienes conocen su vida hablan de un primer amor con María Josefa Washington Galdós Tate que marcó toda su existencia. En esta novela se detalla esa historia de amor desde la ficción y se cuenta hasta qué punto pudo ser esa la herida que convirtió a Galdós en un escritor que vivió para siempre encerrado con sus propios personajes, «engolfado», como él mismo cuenta, «en la tarea de fingir caracteres y sucesos».

SOBRE EL AUTOR

Santiago Gil ha publicado una veintena de títulos, entre ellos las novelas: Por si amanece y no me encuentras, Los años baldíos, Un hombre solo y sin sombra, Cómo ganarse la vida con la literatura, Las derrotas cotidianas, Los suplentes, Sentados, Queridos Reyes Magos, Yo debería estar muerto, El destino de las palabras, Villa Melpómene, La costa de los ausentes y 2; la novela corta El motín de Arucas, y el libro de relatos El Parque. Otros libros suyos, de aforismos y relatos cortos, son Tierra de Nadie, Equipaje de mano, y los libros de poemas Tiempos de Caleila, El Color del Tiempo, Una noche de junio y Trasmallos. También ha publicado un libro de memorias de infancia titulado Música de papagüevos y la recopilación de artículos de opinión Psicografías.
LangueFrançais
ÉditeurLa Palma
Date de sortie27 mai 2020
ISBN9788412133677
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    Aperçu du livre

    El gran amor de Galdós - Santiago Gil

    El gran amor de Galdós

    © de los textos, Santiago Gil

    © de la ilustración de portada, Montaña Pulido

    © de la fotografía del autor, César Russ

    Fotografía p. 8: Benito Pérez Galdós y su perro en la finca familiar

    de Los Lirios (Monte Lentiscal), durante su visita a Gran Canaria en 1894.

    Fotografía de la Familia Pérez-Galdós que se expone en la Casa-Museo Pérez Galdós

    © de esta edición:

    ediciones la palma

    www.edicioneslapalma.com

    info@edicioneslapalma.com

    Edición de Nicolás Melini

    Segunda reimpresión, junio 2019

    Edición permanente, 2019

    ISBN: 978-84-121336-7-7

    DL: M-9751-2019

    Diseño y maquetación: Emepece Studio

    Produce Podiprint

    Impreso en España – Printed in Spain

    La reproducción parcial o total de este libro, mediante

    cualquier medio, vulnera derechos reservados. Queda

    prohibida toda utilización de este sin el permiso previo

    y explícito de los editores.

    Sobre la obra

    Benito Pérez Galdós fue un hombre con muchos amores que, sin embargo, renunció siempre a la convivencia marital y al compromiso. Se encerró a escribir como un galeote y creó personajes en los que fue dejando rastros de su propia biografía. En sus memorias insiste en que no hay nada reseñable antes de 1864, pero quienes conocen su vida hablan de un primer amor con María Josefa Washington Galdós Tate que marcó toda su existencia. En esta novela se detalla esa historia de amor desde la ficción y se cuenta hasta qué punto pudo ser esa la herida que convirtió a Galdós en un escritor que vivió para siempre encerrado con sus propios personajes, «engolfado», como él mismo cuenta, «en la tarea de fingir caracteres y sucesos».

    En 2020 se celebrará el centenario de la muerte de Pérez Galdós. Se escribirá mucho sobre su obra y sobre su vida, pero serán pocos los que cuenten este amor imposible. Se fabula desde muchas evidencias ciertas. Y el propio Galdós sabía que la única diferencia entre un personaje y una persona es la emoción que deje su presencia a través de las palabras.

    Para Chiqui Castellano Suárez

    El distraído eres tú. Años ha que estás engolfado en la tarea

    de fingir caracteres y sucesos. Apenas terminas una novela,

    empiezas otra. Vives en un mundo imaginario.

    Benito Pérez Galdós

    (Memorias de un desmemoriado)

    Vivía en el otro lado del barranco. Les separaba un océano de incomprensiones y de envidias. No creo que vuelva a amar a nadie como la amó a ella. Hoy ha vuelto a la isla después de treinta años y está sentado junto a un perro que lo lleva acompañando como una sombra desde que llegó a Los Lirios. Entonces también tenía perros que lo acompañaban a todas partes. Lo acaricia mientras mira hacia la casa en la que fue dichoso muchas veces. No queda nadie. Realmente no quedaba nadie desde que se la llevaron. Aquella última vez que vino comenzó a escribir su primera novela mirando hacia donde mismo miraba en ese momento. La tituló La sombra, que es lo que era él entonces recorriendo ese extraño camino que oscurecen los recuerdos. Jugaba con la literatura desde hacía años porque realmente no sabía qué hacer con su vida. Desde que la perdió, lo único que ha hecho durante todos estos años es escribir para vivir todo el tiempo que pueda en otra parte. Se esconde en las historias que escribe durante meses y trata de entender las pasiones humanas a través de sus personajes. Casi todos pierden. Sí ha amado a muchas mujeres, ha tenido éxito con los libros y le reconocen en Madrid y cuando camina por las calles de la ciudad que lo vio nacer. Después de tantos años lejos de la isla eligió quedarse en las afueras de la ciudad, casi pegado al mar, en Santa Catalina. En la casa de su hermano Ignacio se escucha el océano y puede ver cómo se mueven las dunas cada vez que sopla el alisio con fuerza. El tiempo que no está en esa casa lo pasa en el campo, en una finca en la que una vez fue el hombre más feliz del universo.

    Recuerda el sonido de la gota de la pila de agua, el bisbiseo de su madre y de sus hermanas rezando el rosario y aquellas palomas que cruzaban una y otra vez el cielo que miraba desde el patio de su casa. Dibujaba o creaba figuras de papel cuando no tenía deberes del colegio. Sabía de las horas por las campanas de la Catedral y de San Francisco. Primero sonaban las de Santa Ana y a los pocos segundos, como si fuera un eco del tiempo, lo hacían las que estaban más cerca de su casa. A veces también se escuchaban a lo lejos las campanas de San Telmo o de Santo Domingo.

    El barco llegó un día antes de lo previsto. De repente toda la casa se volvió un bullicio de risas, cantos de pájaros extraños y voces de mujeres con acento cubano. Había un negrito haciendo gracias y una niña que lo miró como si atravesara su alma. No había cumplido los diez años, pero siempre se juró que jamás había sentido lo que sintió delante de aquella niña de pelo negro y ojos grandes. La madre de la niña casi dejaba ver sus grandes pechos. Olía a alcohol y no paraba de reír. Él era un niño callado que observaba todo lo que acontecía a su alrededor. Una de las veces descubrió los ojos tristes de aquella señora mientras se reía. Se llamaba Adriana Tate y era la madre de María Josefa Washington Galdós. El negrito le hacía chanzas y la llamaba Sisita. Todos la llamaban Sisita, pero desde aquel momento él tuvo claro que debía inventarle un nombre. Ella le preguntó si era Benitín, y él le contestó que se llamaba Benito. Su hermanastra Magdalena, que estaba casada con su hermano Domingo, y que había venido de Cuba con todos ellos y con su hermano José Hermenegildo, se interpuso entre ellos desde un primer momento. Magdalena también era muy guapa. Lo llamó Benitín, pero a ella no le dijo nada, y dejó que lo llamara así toda la vida.

    —¿Siempre miras a la gente con esa cara de niño asustado? —Sisita clavaba los ojos en aquel niño tímido que no era capaz de mantenerle la mirada.

    —No soy un niño aburrido, estoy todo el día pensando, inventando historias o dibujando papeles.

    —Pues eso, eres un niño aburrido, los niños juegan, yo solo quiero jugar y ser feliz. Ya me dijeron que tú ibas para cura o militar y que eras muy estudioso.

    —No siempre uno es lo que parece —le respondió Benito dejando entrever una mirada socarrona que apenas duró un segundo.

    Sisita captó la ironía de su primo y se reconoció en sus ojos tímidos y vivarachos. Él no durmió aquella noche. Realmente nunca volvería a dormir igual que lo había hecho antes de que llegara aquella prima que olía a perfumes exóticos y que hablaba siempre como si esbozara una sonrisa detrás de cada palabra.

    —No te pega nada ser un niño pera, es como si te disfrazaran de algo que no eres.

    —Yo no soy un niño pera, me viste mi madre y yo me pongo la ropa que me dan.

    —Pues esa ropa te hace parecer un curita, un culicagao y un meapilas, que ya me dijeron que estás todo el día jugando a hacer procesiones y a vestir santos.

    —Es un juego, pero no quiero ser cura, quiero ser pintor o músico.

    —Pero si estás todo el día inventándote historias en la cabeza tendrás que ser escritor. En Cuba los escritores y los poetas hablan solos por las calles o están en las plazas escribiendo las cartas de amor de los que no saben escribir y están enamorados.

    —Aquí no se ven enamorados por la calle, y los niños no sabemos de esas cosas.

    —Enamorados son dos personas que se aman. A mí me gustaría estar siempre enamorada y que hubiera alguien que me escribiera historias y poemas todos los días de mi vida.

    Benito se puso colorado con las palabras de su prima y cambió de tema de conversación. Le preguntó por el viaje en barco y le enseñó algunos de los objetos que había construido con los papeles. Ella no conocía la palabra papiroflexia y él no sabía lo que era una persona enamorada. No lo sabía, pero desde aquel momento fue un niño enamorado el resto de su existencia.

    Las cubanas —que era como siempre las llamó su familia— se instalaron en una casa que arrendaron en la calle de Triana. Tenían coche de caballos y vestían con colores más llamativos que las otras mujeres de la capital. Adriana Tate se había quedado viuda en Trinidad y había tenido una hija con su tío José María, que se quedó en Cuba y que envió a Gran Canaria a la madre y a su hija junto con los dos hermanastros y con su hermano Domingo. Magdalena Hurtado de Mendoza casi podía ser la madre de su hermanastra Sisita. Al poco tiempo de llegar, tuvo un hijo que luego se les murió en Los Lirios tras haberse clavado una caña. Se le infectó

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